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Era un cóctel a priori
imposible: una estética estridente hasta para aquel 1977, un actor desconocido,
una historia llena de estereotipos y unas canciones que avergonzaban tanto como
atraían. El resultado: un bombazo titulado "Saturday Night Fever", que
cumple 40 años.
El carisma de John
Travolta, unas escenas de baile magníficamente rodadas por John Badham y los
agudos tonos de voz de Barry, Robin y Maurice Gibb dieron la gran sorpresa y la
película, estrenada el 12 de diciembre, arrasó en taquilla, además de recibir
buenas críticas y lanzar la carrera de su protagonista.
Travolta recibió su
primera nominación al Óscar con solo 24 años y el disco de los Bee Gees se
llevó cuatro Grammy, vendió nada menos que 16 millones de copias y permaneció
en las listas de Billboard durante 120 semanas.
Contenía cinco de los
temas que se popularizaron en una historia en apariencia banal pero que
contenía bastante de crítica social. Tony Manero, el personaje de Travolta, era
uno de tantos jóvenes que vivían al borde de la marginalidad y que en el Nueva
York de los años setenta buscaban una válvula de escape, en su caso el baile.
Una historia basada en
un artículo de New York Magzine, "Tribal Rites of the New Saturday
Night" ("Ritos tribales del sábado noche") de Nik Cohn, quien
años más tarde confesaría que se había inventado el hombre que describía y del
que salió el de Tony Manero.
Sí existía la discoteca
2001 Odyssey, la misma que describió el filme, y los jóvenes desesperanzados de
Bay Ridge, la zona de Brooklyn de la que procedía Manero, pero poco más.
Pero la narración de
Cohn fue suficiente para que el guionista Norman Wexler pusiera en pie una
historia en la que la escasez de oportunidades, las luchas entre bandas y el
machismo dominante contribuyeron al éxito de una película que sin embargo solo
se recuerda por su estética y no por el certero retrato de una época.
Los pantalones de
campana, las camisas de cuellos interminables y los zapatos de plataformas han
quedado en la retina del espectador como imagen de marca de una película que
tuvo una gran influencia estética tanto en el cine como en la vida.
Muchos repetirían sin
cesar el baile de Travolta, con el brazo levantado y el dedo señalando al cielo
mientras sonaba aquel 'Ah, ha, ha, ha, stayin' alive, stayin' alive'.
Y el nombre de Tony
Manero se usó para caracterizar a los tipos de andares chulescos y un poco
simples, un retrato que llegó al extremo con una película de 2008 en la que el
realizador chileno Pablo Larraín muestra a un hombre obsesionado con el
personaje de Travolta.
Incluso la Biblioteca
del Congreso de Estados Unidos decidió incluir el filme en su Registro Nacional
de Películas por "su significado cultural, histórico y estético".
Mientras que el
American Film Institute considera "Stayin' Alive" como uno de los
diez grandes temas musicales de la historia del cine junto a clásicos como
"Over the rainbow", "As times goes by", "Singin' in
the rain" o "Moon River".
Aunque originalmente no
todos supieron ver el fenómeno en que se convertiría la película. Por ejemplo
la revista Variety la calificó de "estridente, vulgar, insignificante y
pretenciosa" y le auguró un pobre recorrido.
Una clara equivocación
ya que pronto los espectadores respaldaron al filme, que con un presupuesto de
apenas 3 millones de dólares consiguió unos ingresos en taquilla de 237.
Además de hacer del
joven Travolta una estrella que aún perdura pese a que tras "Saturday
Night Fever" su carrera ha tenido muchos menos éxitos de los que se le
auguraban.
Al año siguiente
repitió esquema de chulería y baile en "Grease" (1978) y no volvería
a participar en otro título de culto hasta que le llegó el personaje de Vincent
Vega en "Pulp Fiction" (1994), por el que obtuvo su segunda
nominación al Óscar.
De nuevo el baile tuvo
mucho que ver.
Pero su imagen en medio
de la pista de una discoteca iluminada por luces estroboscópicas y bolas
plateadas, con su traje blanco y camisa negra será la que le acompañe para
siempre. EFE
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