El
cerebro humano consta de 100 mil millones de células que “tejen”, de una forma
difícil de entender para la mayoría de los mortales, distintos fragmentos del
pasado para unirlos en un tapiz imaginario que llamamos comúnmente memoria.
Es
precisamente este entramado cerebral el que el Alzheimer, descubierto por
primera vez hace 111 años, ataca de forma implacable generando estragos a nivel
neuronal. Fue recién en 1906 cuando el doctor alemán Alois Alzheimer documentó
por primera vez y de forma médica a la condición, al identificar patrones
similares en sus pacientes ancianos y notar cambios en su tejido cerebral.
Hoy,
el Alzheimer afecta a 47 millones de personas alrededor del mundo y a medida
que la población del planeta envejece se espera que esa cifra se dispare hasta
alcanzar un estimado de 135 millones de afectados para 2050.
Se
espera que supere al cáncer y se convierta en la segunda causa de muerte luego
de las enfermedades coronarias, al haber llegado a un punto en el que todos conocen
a alguien – ya sea un familiar cercano o alguien perteneciente al círculo de
amigos y compañeros de trabajo – afectado directamente por el Alzheimer.
Las
consecuencias que deben sufrir a diario quienes padecen de la enfermedad
neurodegenerativa inician con la perdida gradual de la memoria inmediata hasta
llegar a impedir que su cuerpo pueda desempeñar las funciones básicas que se
esperan de cualquier persona saludable.
Al
día de hoy no se conoce cura y tampoco existe un tratamiento que permita detener
su lamentable avance. Pero según consigna el neurocientífico Joseph Jebelli en
su nuevo libro titulado “En búsqueda de la memoria: la lucha contra el
Alzheimer” existe esperanza dentro de la comunidad científica de poder llegar a
desarrollar una medicación en un lapso de 10 a 20 años que permita finalmente
prevenir la enfermedad.
Gracias
al avance de la medicina, hoy la comunidad neurocientífica entiende que el
Alzheimer es causado por proteínas en el cerebro llamadas placas y ovillos; y
que si se apunta directamente la biología intrínseca de la enfermedad, en vez
de sólo tratar a los síntomas, se podrá llegar lentamente a un tratamiento
efectivo de prevención.
A
pesar de que Jebelli destacó que, hasta el momento, las pruebas de drogas
desarrolladas han sido “desastrosas”, en parte dado que han sido administradas
a pacientes en un estadio avanzado del Alzheimer, dichos experimentos han
servido para que los investigadores entiendan de mejor forma cómo la enfermedad
evoluciona.
A
su vez, esto ha ayudado a desarrollar distintos métodos experimentales para
eventualmente poder predecir las probabilidades de un paciente de desarrollar
la mencionada condición neurodegenerativa. “Nos encontramos al principio del
fin del Alzheimer” concluyó con total confianza Jebelli. AP
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